Miguel Cruz-Aedo

Etiquetas:

Liliana Salomón Meraz

Primeramente mencionaré que fue una grata experiencia leer No me alcanzará la vida, novela histórica que consta de 37 capítulos y un epílogo, distribuidos en 495 páginas en donde Celia nos lleva de la mano por una narración que abarca desde 1849 a 1859 a un México con una guerra civil que enfrentó a liberales y conservadores; epidemias que sembraron mortandad entre la población; conflictos políticos con el clero; invasiones extranjeras; la pérdida de más de la mitad del territorio nacional y el nacimiento del Himno Nacional Mexicano; periodo en el que nuestro país se vio rodeado de alegorías, emblemas, escudos y estandartes, materializando de esta manera el concepto abstracto de Patria en una imagen visible rodeada de atributos significativos.

No me alcanzará la vida me hizo recordar novelas como: Los de abajo de Mariano Azuela; Los bandidos del río frío de Manuel Payno; El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano, entre otras, porque tienen en común la riqueza del relato; la descripción de ambientes, escenarios y costumbres; aunado a esto, rescatan los hechos históricos que documentan nuestra historia. En mi opinión No me alcanzará la vida se convierte en un libro de lectura obligado por estos motivos.

Por esta novela histórica también desfilan: gente del campo y de la ciudad, abogados, adivinadoras, poetas, políticos, militares, la clase alta de Guadalajara, las reuniones sociales, tertulias literarias, vestimentas, objetos cotidianos hoy en desuso; discursos, canciones, poemas, las pugnas entre liberales y conservadores aunadas al horror que se vivió en el país en la época de la Reforma, los aromas y sabores de la gastronomía, así como una representación bien lograda de paisajes tanto de Durango como de Guadalajara.

Como parte de la reseña de los lugares, me permitiré leer el siguiente fragmento que se encuentra al comienzo del capítulo III, cuando Sofía, el personaje principal femenino quien posteriormente se convertirá en esposa del héroe de la historia, procedente de Durango llega por primera vez a Guadalajara en lo primero que se fija es en que “Los tapatíos caminaban apresurados, como si fuera tarde. No era cierto lo que decían de Guadalajara, que ahí nadie llevaba prisa. Por la calle San Francisco algunos jóvenes atildados, probablemente escribientes en las notarías, llevaban folios bajo el brazo y caminaban sin mirar a nadie. Matronas de ampulosos vestidos andaban bajo la sombra de sus quitasoles de encaje y saludaban con la cabeza, aquí y allá, sin detener su marcha. En Los portales, las indias de enaguas brillantes mostraban lustrosos tomates en montoncitos de tres y rollos de hierbas medicinales: flores de árnica y manzanilla, estrellas de anís y cortezas con todos los tonos del marrón; también había moradas cabezas de ajo y racimos de velas sobre las piedras. En la Plaza de Armas, mendigos andrajosos atosigaban a los transeúntes”.

Más adelante en el capítulo 10, página 131, Celia también nos describe cómo vivían las mujeres del siglo XIX “A una mujer le estaba permitido el silencio en una reunión política, un bostezo discreto y un entornar los ojos. No sólo era permitida, sino obligatoria la búsqueda del mejor partido en la ciudad bajo la mirada complaciente de la mamá; el consuelo de un hijo; las obras de caridad; el bordado; las artes de la cocina; las tertulias literarias. Incluso era bien visto el lujo de escribir versos almibarados, cursilones, y ser aplaudida por los jóvenes liberales”.

A lo largo de No me alcanzará la vida podemos encontrar una narración audaz y bien lograda que utiliza diferentes recursos estilísticos: cortes de escena con espacio, representación de diálogos, epígrafes, puntos de fuga, acercamientos, inserción epistolar, cajas chinas, diferentes niveles de realidad, contrapuntos poéticos. Los dos relatos paralelos que encontramos en esta novela: la historia en sí y la época actual; la primera contada por un narrador omnisciente, a excepción de algunos pasajes y la segunda relatada por Celia en una especie de autobiografía mezclada con sucesos ficticios a manera de misivas que envía a un hermano, permiten al lector seguir el hilo de la narración sin que resulte cansada.

Otro de los aciertos, sino es que el más importante de No me alcanzará la vida es su personaje principal masculino: Miguel Cruz-Aedo, poeta, militar, periodista y político hoy en día considerado personaje ilustre de su natal Guadalajara, pero desconocido para la mayoría de los mexicanos, es rescatado del olvido por Celia de una manera justa, pues Miguel, quien formó parte del grupo liberal reformista de Jalisco integrado también por Ignacio Luis Vallarta y José María Vigil, en 1850 crearon La Falange de Estudio, una de las primeras sociedades literarias de Guadalajara y además con principios liberales. En sus discursos Cruz Aedo hablaba de la separación Iglesia-Estado, la cuestión de los diezmos y la postura de los curas; tenía claro que la Iglesia no debía intervenir en política.

Como participó intensamente durante el periodo de Reforma, convivió estrechamente al lado de personajes como Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto y Francisco Zarco, entre otros. Algunos documentos lo nombran, pero ni siquiera alcanzó calle o nombre de escuela como muchos de sus contemporáneos porque no le alcanzó la vida. Es por eso que Celia le rinde un merecido homenaje al reconocerle sus méritos como político, mismos que lo llevaron a convertirse por órdenes de Santos Degollado, en gobernador interino de Durango entre octubre y diciembre de 1859 en un breve periodo anterior a su muerte, ya que fue asesinado por órdenes de José María Patoni, el 26 de diciembre de 1859. Por cierto, aquí en Durango Miguel Cruz-Aedo fundó un periódico llamado “La Falange”, en honor, quiero suponer, al grupo La Falange de Estudio al que perteneció en Guadalajara.

Este periódico que él publicó en la ciudad apareció el 19 de noviembre de 1859 y se difundía dos veces por semana: miércoles y sábados. Era un impreso, aparte de oficial, liberal.
Este medio informativo aún lo podemos encontrar en la hemeroteca de la Biblioteca Central, por si algún día gustan conocerlo.

Por último, no puedo dejar pasar la parte que le da sabor a la novela de Celia del Palacio: la historia de amor entre los personajes principales: Miguel Cruz-Aedo y Sofía, originaria de Durango, quien conoce a Miguel en Guadalajara y queda prendada de él desde un principio. Ambos son humanizados con singular destreza y atrapan de tal manera que cada capítulo envuelve y tiene un final que despierta la curiosidad del lector y lo deja ansioso para conocer el capítulo siguiente, algo semejante a lo que ocurre con las películas de episodios y las telenovelas exitosas. La relación amorosa de Miguel y Sofía está aderezada con escenas de amor, celos, erotismo y diálogos que dejan al lector con un buen sabor de boca. Aún y cuando el personaje de Sofía es ficticio, esto no le resta verosimilitud. Además, por medio de Sofía, Celia reivindica a las mujeres de esa época que participaron de una u otra forma en la gesta independentista y permanecen también en el anonimato.

Ya para concluir mi participación, no me queda más que felicitar a la autora por su novela; por la investigación de la misma que duró 25 años y por la pasión que Miguel Cruz-Aedo despertó en ella, de tal forma que vino a Durango por más de tres ocasiones con el único fin de seguir su rastro.

Esta novela tuve la fortuna de conocerla un poco antes de su publicación. Gracias por la confianza Celia y bienvenida una vez más a Durango, la tierra donde se encuentran tus raíces.

Comments (2)

Victoriano Salado Alvarez en uno de sus libros: Los Mártires de Tacubaya menciona como prometida de Miguel Cruz-Aedo a Leonor hija de don Alonso y doña Eduviges que tenían un rancho en Jalisco.

Excelente escrito del autor de "Amores Caseros" ¿dónde se puede conseguir la novela de Celia del Palacio Montiel?